Carmen Rodríguez | 06 Jun 2013
La batalla de Taksim de estos días, que se ha extendido a toda Turquía, se libra en lo económico y en lo político. No en vano, Taksim, centro neurálgico del lado europeo, es un lugar de alto contenido simbólico, tanto popular como político. La plaza se conecta con la peatonal calle Istiklal atravesada por su icónico tranvía, que en los fines de semana se nutre de mareas de gente de todas las partes de la ciudad y de diferentes países del mundo. Taksim e Istiklal atraen tanto la convocatoria de manifestaciones políticas, como las celebraciones más populares.
Las reformas urbanísticas que están afectando los edificios de Istiklal y sobre todo, a la plaza, suponen una alteración radical de un paisaje cargado de simbolismo para los “estambuliotas”. De hecho, la ciudad de Estambul en su conjunto está experimentando una transformación de gran impacto, en un breve periodo de tiempo, una transformación que promueve la construcción de rascacielos e imponentes centros comerciales dando lugar a un proceso de gentrificación, donde las clases menos favorecidas son expulsadas a la periferia.
La propuesta de remodelación prevista antes de las protestas para Taksim favorecía la construcción de otro centro comercial que excluía, de nuevo, a las clases populares y se acercaba más al turismo de lujo proveniente de los países del Golfo. Junto a ello, en el proyecto se encontraba la construcción de una mezquita, lo que se ha considerado por muchos como un símbolo de revancha frente al férreo laicismo del legado kemalista. El proyecto urbanístico, en cualquier caso, promovía tanto la despolitización de la plaza como la pérdida del contenido popular que siempre ha tenido. Todo ello reflejo de un tipo específico de modelo económico.
En lo político, el AKP autodefinido como partido demócrata-conservador al comienzo de su primera legislatura en 2002, se ha convertido en el partido predominante del sistema de partidos turco lo que le ha conferido tres mayorías absolutas consecutivas en el Parlamento. Si bien fue un partido capaz de mostrar un gran impulso reformista y de abrir negociaciones con la UE, favoreciendo un clima de cambio y apertura política, en los últimos años, tanto por razones internas como externas (aquí habría que mencionar la posición negativa de países miembros de la UE a la candidatura turca) el discurso y la estrategia se han visto alterados, y prueba de la erosión del proceso de democratización es la cada vez peor posición que ocupa Turquía en los ranking internacionales de libertad de expresión. Las limitaciones a las que se ha visto sometida la oposición al gobierno a la hora de expresar su descontento, así como la aprobación de legislación, como la referida a la limitación en el consumo de alcohol, han causado una enorme inquietud en importantes sectores de la población turca. Tras las protestas, el propio presidente turco, Abdüllah Gül, declaraba que el mensaje había sido escuchado, que la democracia no sólo pasaba por las urnas, y que un país en democracia debía permitir que diferentes estilos de vida tuvieran cabida.
Por su parte, el primer ministro Tayyip Erdoğan ha visto su imagen seriamente dañada por la brutal contención de las protestas tanto en el interior como en el exterior. Este será sin duda un punto de inflexión en el que el Gobierno turco podrá optar por una mayor represión de manera formal o informal o bien por mostrarse sensible a las demandas de los grupos que no se sienten representados por su partido. Las elecciones locales y presidenciales de 2014, así como las posteriores elecciones generales nos darán la medida del impacto, a medio plazo, de las revueltas.