Carmen Rodríguez | 03 Abr 2013
La conmemoración de la llegada de la primavera, Nevruz, tiene este año connotaciones especiales en Turquía. Abdulla Öcalan, líder del PKK (Partiya Karkeren Kurdistan, Partido de los Trabajadores Turcos), organización calificada como terrorista por Estados Unidos y la UE, proclamó el jueves 21 de marzo un alto el fuego y pidió la retirada del PKK del país.
Este alto el fuego se produce después de la liberación de ocho rehenes turcos capturados entre 2011 y 2012 que se encontraban retenidos por el PKK en el norte de Irak y fueron puestos en libertad a comienzos del mes de marzo.
Todos estos pasos se engloban dentro del proceso de paz que se inició entre Abdullah Öcalan y el gobierno turco en octubre del año pasado y que se hizo público a comienzos de 2013, en medio de una gran expectativa. Aunque todos los sectores se muestran cautos sobre este proceso, éste cuenta con una serie de características que lo hacen diferente respecto a previos intentos. Por un lado, la decisión con la que el primer ministro ha decidido apoyarlo. Tayyip Erdoğan ha llegado a declarar que estarán dispuestos a beber “cicuta” si con ello se produce la paz en el país. El líder del principal partido de la oposición CHP (Cumhuriyet Halk Partisi, Partido Republicano del Pueblo) Kemal Kiliçdaroğlu también se ha mostrado a favor de conceder su apoyo al gobierno en este intento y el partido pro-kurdo BDP (Barış ve Demokrasi Partisi, Partido de la Paz y la Democracia) también ha avalado públicamente el proceso. El único partido que se ha mostrado abiertamente en contra ha sido el partido ultranacionalista MHP (Milliyetçi Hareket Partisi, Partido de Acción Nacionalista).
Miembros del gobierno como el propio Tayyip Erdoğan o el viceministro Besir Atalay han reiterado que el nuevo periodo que se abre está respaldado por una parte importante de la opinión pública.
El asesinato de tres activistas kurdas en enero en París y la filtración de una conversación entre Öcalan y tres diputados del BDP que tuvo lugar en Imralı, isla donde se encuentra encarcelado el líder del PKK, amenazaron con poner en peligro todo el proceso. En la filtración publicada en el diario Milliyet, Öcalan amenazaba con desatar una guerra si el gobierno turco no seguía adelante con el camino iniciado.
Si bien las condiciones para una solución duradera son mejores que nunca, esto no es óbice para señalar los enormes obstáculos a los que habrán de enfrentarse las diferentes partes envueltas en el proceso. Aliza Marcus in The New York Times apuntaba a los problemas que ofrecía la propia figura de Öcalan, quien tendrá que demostrar que sus planteamientos y propuestas serán respetados entre los líderes de la organización que se encuentran fuera de Turquía. Por otro lado, no están claras todavía las expectativas personales de Öcalan, que a pesar de su posición de liderazgo dentro de la población kurda, es percibido por una gran mayoría de la población turca como el terrorista culpable de las 35.000 víctimas que ha dejado atrás este largo conflicto. ¿Dará el proceso paso a una nueva situación penitenciara para Öcalan? ¿Qué papel tendrá en la futura configuración política de Turquía? Son interrogantes que surgen derivados de los últimos acontecimientos.
Por su parte, el gobierno y los principales partidos deberán ser capaces de gestar el mayor consenso posible ante las difíciles decisiones que se habrán de tomar en el futuro.
La cuestión kurda está sobre la mesa en Turquía con más fuerza que nunca. Sin duda, es una cuestión clave que afectará todo el proceso de democratización del país. La nueva Constitución turca será testigo de ello. En cualquier caso, la primavera que comienza, como todas las anteriores, nunca viene para quedarse, y las partes implicadas tendrán que hacer un ímprobo esfuerzo para buscar una solución que perdure en el tiempo.