A dos años del golpe de Estado en Mali

El presidente Ibrahim Keita en el parlamento europeo, 2013. © Claude Truong-Ngoc /Wikimedia Commons

En el balance de los seis meses de presidencia de Ibrahim Boubacar Keita (conocido como IBK) destaca la actuación judicial contra los responsables del golpe de Estado, que el 22 de marzo cumple dos años. La larga transición vio la constante influencia política de la junta militar golpista. El presidente IBK ha acabado con ella. Lo positivo de ello no oculta los claroscuros que, por el momento, surgen en la nueva era IBK.

Bajo la nueva presidencia de IBK los jueces han emprendido acciones contra los militares y policías que derrocaron al presidente Amadú Tumani Turé dos años atrás. La sorprendente decisión el pasado noviembre 2013 de encarcelar al líder de la junta golpista, Amadú Haya Sanogo, acusado de la desaparición de una veintena de militares leales al presidente derrocado, ha significado una ruptura en la supuesta relación que, según los rivales de IBK, le unía con los golpistas. El arresto del excapitán, ascendido a general de cuatro estrellas en agosto de 2013, ha eliminado el foco de influencia política que tenía. Su arresto ha sido acompañado por las decisiones de IBK de disolver el organismo supervisor de las reformas en el ejército que presidía el golpista y de sustituir los hombres clave de Sanogo en los mandos militares. Estas medidas no respondían a una petición popular aunque tampoco han provocado graves manifestaciones en su contra. El golpe recibió cierto apoyo popular indirecto por las promesas de cambio, y la opinión pública maliense no tenía una opinión negativa del excapitán. Su detención, y su probable enjuiciamiento, tiene que ver con la eliminación de una potencial amenaza para el mandato de IBK y con los gestos del ejecutivo enfocados a los donantes internacionales para acelerar la transferencia de más de 3.000 millones de euros en ayudas prometidas.

En los seis meses de presidencia se han echado de menos las reformas y otras decisiones esperadas para atajar las causas de las crisis. El exprimer ministro fue aupado a la presidencia con unas expectativas de cambio, cambio que tarda en apreciarse. La prioridad del presidente ha sido la mejora de la imagen exterior del país mediante la realización de numerosos viajes al exterior. En cambio, no parece haber mostrado todavía demasiada implicación en la gestión de los asuntos internos y problemas que acucian a los malienses como el empleo o la educación. La resolución del conflicto del norte también ha sido una prioridad como atestigua la novedosa creación de un Ministerio para la Reconciliación y la celebración, aunque tardía, de iniciativas de diálogo con los grupos armados. Con todo, existen dudas sobre si ha habido un cambio radical con respecto a la política de la anterior administración que contribuyó a la caída en el abismo. En los pasados meses se liberaron presos, pero ningún crimen cometido en el norte ha sido enjuiciado todavía y varios líderes rebeldes tuaregs fueron candidatos en las elecciones legislativas bajo las siglas del partido del presidente.

Por otra parte, la formación de un ejecutivo con una cara desconocida al frente y la permanencia de seis ministros de la transición parece no haber satisfecho del todo a los malienses. Además, la nominación del hijo de IBK a la cabeza de una comisión parlamentaria y del cuñado de su hijo como presidente de la Asamblea Nacional no han mejorado la imagen del presidente como personificación de un cambio.