Amaia Goenaga | 07 Nov 2017
El pasado 4 de noviembre, el primer ministro Libanés, Saad Hariri, anunciaba su dimisión provocando un gran revuelo en la escena política nacional. Según sus propias palabras, las razones de dicha dimisión tienen que ver con las constantes injerencias extranjeras en el Líbano, iraníes concretamente, alegando que incluso teme por su vida.
Es innegable que el Líbano siempre ha estado expuesto a injerencias foráneas. En la última década, por ejemplo, el espectro político libanés ha permanecido divido entre grupos proiraníes liderados por Hezbolah, y grupos pro-saudíes liderados por los Hariri. Gracias a ello, ambas potencias han dirimido sus diferencias (también) en suelo libanés sin ningún pudor, y todo apunta a que esta dimisión no es más que el penúltimo capítulo de este enfrentamiento que enmaraña toda la región. De hecho, la comparecía de Hariri se hizo desde Riad, donde permanece desde entonces. Cabe aclarar que Hariri también tiene ciudadanía saudí.
Es cierto que un tiempo atrás, el papel de Hezbolah en la lucha contra el yihadismo sunní, así como el cuestionamiento de las relaciones del reino wahabí con grupos yihadistas y salafistas también en Líbano, en un contexto global de terror, llevaron a Riad a moderar el tono en ciertos aspectos, al menos fuera del Golfo. Esto tuvo su reflejo en el escenario libanés, y facilitó el nombramiento de un nuevo presidente y de un nuevo gobierno a finales de 2016 después de casi dos años de vacío institucional. No obstante, parece que ahora Arabia Saudí vuelve a subir los decibelios en su enfrentamiento con Irán y Hezbolah, respaldado por Estados Unidos e Israel. No es casual que en las últimas semanas hayamos asistido al relanzamiento de una nueva campaña contra la organización chií por parte de sendas potencias. Una campaña especialmente centrada en Europa, pues busca que la UE introduzca a dicha organización en su lista de grupos terroristas. Una pequeña muestra de lo dicho es el artículo de opinión publicado por el País ("Europa haz caso a Hezbolah") el pasado 30 de octubre, firmado por el congresista estadounidense Ted Deutch y el diputado israelí Yair Lapid.
Por otro lado, no son pocos los expertos que apuntan a que la situación interna del reino saudí, incluida la purga iniciada estos últimos días por el rey y su heredero, está relacionada con todo esto, aunque aún hay mucha incertidumbre a este respecto.
Sea como fuere, lo cierto es que esta dimisión sumerge al Líbano en una nueva crisis institucional. Un escenario, que sin embargo no resulta novedoso. Desde 2005 la vida política libanesa ha sido sumamente convulsa, y la guerra civil en Siria ha alterado funcionamiento del sistema político libanés de forma dramática, con largos periodos vacío institucional. El más grave, la vacancia en la Presidencia de la Republica entre mayo de 2014 y noviembre de 2016. Asimismo, el país no ha celebrado elecciones legislativas desde 2009.
Por todo ello, es difícil vislumbrar qué viene ahora. El pasado junio el Parlamento aprobaba una nueva ley electoral con el fin de celebrar nuevos comicios el próximo mes de mayo. Pero la evolución de los acontecimientos genera gran incertidumbre también a este respecto. Como siempre, parece que todo dependerá de la evolución del escenario regional.