Hubo una explosión de esperanza y luego vino la represión y el silencio. ¿Qué ha pasado con el Movimiento Verde que sacudió Irán hace seis años? No sólo ha sobrevivido en los corazones de quienes ansiaban cambios, sus ideólogos han empezado a organizarse para encuadrar el proyecto reformista dentro de la ley, e intentar volver a la escena politica. Su objetivo es participar en las elecciones parlamentarias del año que viene.
“Estamos formando un frente unido bajo la dirección de Mohamed Jatami”, confia uno de esos teóricos en referencia al presidente que logró despertar las esperanzas de los jóvenes a finales del siglo pasado. “Todos los grupos reformistas han aceptado su liderazgo”, subraya pidiendo el anonimato.
Aunque el interlocutor asegura que “el ambiente político ha mejorado sensiblemente bajo [la presidencia de Hasan] Rohani”, los meses pasados en la cárcel tras las protestas del verano de 2009 le han hecho cauteloso.
“No es que Jatami aspire a un cargo, sino que actúa de aglutinante”, aclara ante la expresión de sorpresa de la periodista. “Es muy influyente en las redes informales”, añade.
Jatami sigue estando vetado en los medios de comunicación iraníes, que no pueden publicar ni siquiera su foto, y tiene prohibido viajar al extranjero. Sin embargo, ha seguido gozando de cierta libertad de movimientos dentro del país y al parecer se reúne cada dos meses con medio centenar de asesores, que constituyen el núcleo dirigente de ese proyecto. No está sólo. En el mismo empeño andan embarcados otras figuras relevantes como Abdolá Nuri, quien fuera su ministro de Interior y bestia negra de los conservadores, o Hasan Jomeini, un nieto del mismísimo fundador de la República Islámica.
“El papel de esas figuras carismáticas y de los grupos no políticos es en este momento más importante que el de los partidos legales”, según la fuente que marca distancias con quienes intentan derribar al régimen.
“Nuestras actividades no suponen un desafío al sistema; el objetivo es mejorar el proyecto reformista, dentro de la ley”, subraya antes de aclarar que no cuestionan el régimen islámico, aceptan la Constitución y al líder supremo, y apoyan al Gobierno en la negociación nuclear, aunque se reservan el derecho a la crítica.
De momento, mantienen la discreción a la espera de lo que consideran dos pruebas clave en este año iraní (que acaba en marzo de 2016): el acuerdo nuclear, previsto para finales del próximo junio, y las elecciones parlamentarias, en febrero siguiente.
“Estamos aguardando esos dos acontecimientos. Si los superamos, habremos salido del túnel y el futuro de nuestro país empezará a cambiar”, defiende.
La herida aún no está cerrada. Quedan unos cuarenta reformistas en prisión, entre ellos Mohsen Mirdamadi (destacado miembro del partido de Jatami, ex diputado y parte del grupo que asaltó la Embajada de EEUU en 1979), Ahmad Zeidabadi (periodista, defensor de las minorias y del Estado de derecho), o Mostafa Tajzadeh (otro conocido dirigente reformista). También se mantiene el arresto domiciliario sobre los líderes verdes, Mir-Hosein Musavi (y su esposa, Zahra Rahnavard) y Mehdi Karrubi.
Las reuniones mensuales que los reformistas celebran en muchas provincias piden repetidamente su puesta en libertad, según algunos activistas. También la ha defendido el diputado Ali Motahari, un conservador independiente que critica el veto a Jatami en la prensa. Pero las autoridades guardan silencio.
“Están bien; su situación no es tan mala como se dice”, asegura una fuente oficiosa. Medios reformistas admiten que las condiciones de detención y de visitas familiares han mejorado; también las de quienes permanecen en prisión.
Sin miseria evidente pero lastrados por las sanciones
La situación económica de Irán puede resultar engañosa a primera vista. Coincidiendo con el endurecimiento de las sanciones en los últimos años, en Teherán han proliferado modernos centros comerciales y caros restaurantes que se llenan durante el fin de semana iraní (jueves y viernes). Incluso un puñado de niñatos exhibe sin pudor sus Porsches y Ferraris último modelo.
“Aquí no se ve la miseria de algunos países emergentes y las infraestructuras son buenas”, se sorprende un periodista recién llegado de América Latina.
A pesar del aislamiento internacional, la economía iraní es una las 20 mayores del mundo, con las segundas reservas de gas y las cuartas de petróleo. Eso y el empeño en la autosuficiencia desde que EEUU impuso las primeras sanciones a raíz del asalto a su embajada en 1979, han servido de colchón. Pero las medidas financieras por el programa nuclear han castigado con dureza a los iraníes.
Según el empresario Alidad Varshochi, sólo en el último año se han destruido 70.000 empleos en el sector industrial y se han cerrado 150 fábricas. Sin contar que el 70% de toda la actividad económica está en manos de empresas estatales o paraestatales, de cuyo desempeño no se tienen datos.
Mani Bidar, otro emprendedor, pone como ejemplo, a los 15 trabajadores que la semana pasada se han mostrado dispuestos a instalarse en la explotación agrícola de su familia en Natanz. “En la última década, no encontrábamos a nadie que quisiera trasladarse allí con mujer e hijos, pero ahora han perdido sus empleos en las fábricas de Hamedán”, señala.
No sólo los obreros se han visto afectados por el parón de los intercambios comerciales. “La mayoría de las multinacionales que tenían presencia en Irán han cerrado”, recuerda Saloome Ghorbani, ejecutiva de una de las pocas que aún mantienen oficinas y preocupada por la fuga de cerebros que se ha producido.
Ángeles Espinosa
Fuente: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/05/23/actualidad/1432...